domingo, 6 de junio de 2021

Feria


El discurso de Ana Iris Simón me pilló en la página 140 aprox. de su libro “Feria”, en Llesp, y más preocupada por si Ucrania ganaría Eurovisión que por discernir en ese momento si era facha o no, y posicionarme en tuiter. 

Feria lo compré en marzo, después de ver un post de una escritora joven (pero más de mi quinta que de la de Ana Iris) a la que respeto y de encontrarlo en la mesa de novedades de Taifa, quinta edición. No catalogaría ni a la escritora ni a Taifa de conservadoras. A Ana Iris Simón no la conocía de nada, ni busqué información, ni la seguí en tuiter o instagram. Me daba igual, más o menos como ahora. El libro, eso sí, me estaba gustando mucho. Todas esas historias tan cercanas y a la vez tan lejanas sobre su familia, especialmente sus abuelas, me parecían maravillosas. Cercanas porque he estado, poco, pero he estado, en la Mancha, paisaje que también nos ha mostrado Almodóvar en películas, o Jesús Carrasco en "Intemperie", y porque soy de pueblo y he estado en ferias (incluso en la de Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, hace veinte años), aunque aquí las llamamos fiestas, y lejano porque para alguien criada entre montañas que, com dive mon germà xic a un poema, “t’apropen l’horitzó”, no hay paisaje más opuesto, en muchos sentidos. Los pueblos de la Mancha son pequeñas ciudades comparadas con los del Pirineu. Ontígola, el de Ana Iris, tiene poco más de mil habitantes. Llesp, el mío, tiene entre 50 y 60, y creciendo, ¡eh!, y los puedo no solo contar sino nombrar, por supuesto, no poder hacerlo sería barbarie y merecería destierro.


Escuché el discurso tras haber leído una crítica constructiva y no furiosa sobre él, y no me pareció nada del otro mundo. De hecho, el discurso calcaba algunas frases ya leídas en los primeros capítulos (lo de sus padres y la envidia,) y leí más tarde algunas otras a medida que lo terminaba. No le di más bola y me fui a jugar al Monopoly con Queralt i Teia, y por la noche me centré en Eurovisión, en no dar crédito a que Italia hubiera enviado un grupo de glam-rock en lugar de “Musica Leggerssima” de Colapesce, Dimartino, y que le ganaran a “Shum” de Go_A, ¡inyustissia!  


Por lo que sea tuve insomnio por la mañana y me ventilé buena parte de lo que quedaba del libro, sino todo, antes de desayunar. Ahí sí ya hubo alguna cosa que me hizo “arrufar el nas”. Hasta entonces había algún párrafo que me parecía una boutade, un exabrupto proferido o por ganas “d’eppater” o por rabia contra lo que podría entrar en el apropiacionismo cultural. Nada que hiciera saltar ninguna alarma. La definición del Fary del hombre blandengue (página 158) ya la leí post polémica y con los puertas del prejuicio abiertas. Pensé que la ponía para reírse de ella, pero no, ostras, que la defiende. Como no soy de extremos, o soy de ir de uno a otro sopesando todas las opciones, había cosas de aquello que podría llegar a aceptar, o a reírme, que viene a ser lo mismo. Intenté reflexionar sobre si estaba de acuerdo con ella o no, y adivinar que pensarían sobre esas páginas algunas de mis amigas. No me había tomado el café aún, así que no saqué mucho en claro. Más adelante habla de su hermano y ahí lo de que “rezaba porque dejara de querer ser chica cuando fuera mayor” (página 171) si que me saltó como una posible alerta transfoba. Chirría. Por último, lo de Ramiro Ledesma Ramos lo leí en tuiter (de lo poco que leí en tuiter o en prensa, porqué evité el tema conscientemente) y no me enteré de nada porque a mí por Ramiro solo me vienen Ramiro de Llibernal? de Noals, que iba un curso por delante y es majísimo, y Ramiro de Maetzu, por el instituto de Madrid que se hizo famoso por algo de la reina Letizia, perdón por mi ignorancia. Si hubiera sabido que fue el ideólogo de Falange seguramente hubiera dado un respingo y habría vuelto a leer el capítulo. 


Hace dos semanas que terminé el libro, que en todo lo que respecta a su historia familiar sigo considerando maravilloso. Si fuera una columnista o periodista cultural, habría vuelto a escuchar el discurso (lo hice el otro día pero me quedé a medias y ahora me da tremenda pereza) y habría vuelto a leer el libro con más atención para escribir este texto. No es el caso y paso. 


Sigo sin tener claro si Ana Iris Simón es neocon, o falangista, o de derechas, o no, pese al padre y abuelo comunistas, o precisamente debido a eso. Querer ser madre joven o querer una hipoteca no te convierte en ello. Haciendo cuentas he visto que me debo llevar solo dos o tres años con la madre de Ana Iris. En 1991, cuando la tuvo con 21, yo cumplí los 18 en octubre y unas semanas antes me estrenaba como estudiante en Barcelona. Ni en ese momento ni tres años más tarde pensaba en niños ni hipotecas. ¿Envidio mi vida de entonces? Una parte sí, claro, aunque envidiar tampoco es la palabra. Estaba y estoy a años luz de la madre de Ana Iris, y añorar aquello como el gran tiempo pasado que era mejor, pues tampoco. 


Sigo sin tener claro si Ana Iris Simón es neocon, o falangista, o de derechas, o no, pero sí sé que empecé el libro sin prejuicios, o acaso solo uno, positivo, ganas de que me gustara porque tenía buena pinta, y lo acabé con prejuicios negativos, la sombra de tuiter es alargada, y con mi propia duda ante algunas de las páginas que la casualidad quiso que leyera cuando buena parte de mi TL ya la había sentenciado. Dos semanas he tardado en escribir esto y colgarlo aquí y en instagram. Sigo dándole vueltas. Me abstendré de comentar cada punto del discurso, sería demasiado largo. Estoy abierta a comentarios con un café o una cerveza delante. 


Sigo sin tener claro si Ana Iris Simón es neocon, o falangista, o de derechas, y lo que más me asusta es que si lo es, he sido incapaz de detectarlo. 

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