domingo, 13 de enero de 2019

El duelo ajeno


Hay algo obsceno y exhibicionista en el hecho de llorar en las redes sociales la muerte de alguien a quien no conoces. Lo hacemos todos, pero no deja de ser una anomalía. El 10 de enero de 2015 Twitter se llenó de mensajes de condolencia y tristeza por la muerte de David Bowie. El 11 de enero de 2019 sucedió algo parecido, a menor escala, en España y Latinoamérica, por la muerte repentina de Claudio López Lamadrid, director editorial de Penguin Random House. No lo conocía, solo lo seguía en Twitter e Instagram desde hacía dos años, y hace más, sin saberlo, a través de los libros que publicaba. Este viernes alguien compartió la noticia en un grupo de WhatsApp y rápidamente fui a Twitter. El TL de mi cuenta “literaria” estaba ya lleno de mensajes de consternación. A las pocas horas ya había sentidos obituarios en blogs. Ayer sábado desayuné leyendo cuanta columna de duelo encontré. Escritores, periodistas culturales, editores y agentes en estado de shock lloraban su muerte. Yo sigo consternada y no lo conocí. Escribir sobre él es pretencioso, pero necesitaba explicarme este abatimiento.

En julio de 2016 asistí al Fòrum Edita, un par de días de charlas y mesas redondas alrededor del mundo de la edición, organizado por la Universitat Pompeu Fabra y el Gremi d’Editors de Catalunya. El 30 de junio había terminado mi larga relación laboral con una compañía farma-biotech que me trató bien, también en ese momento amargo de incertidumbre. No tenía nada mejor que hacer y aquellos días le daba vueltas a un hipotético cambio de rumbo, aprovechar que me habían sacado de mi zona de confort y la pasta del finiquito para cambiar de vida. Unos amigos tenían un sueño romántico de montar una editorial y si hubiera fructificado, yo me habría subido a aquel barco. Hasta nombre teníamos. Otra amiga editora me había pasado la información del foro, al que te podías inscribir gratis, y como tenía que llenar las horas y quería conocer el mundo editorial, allí me planté, en su fiesta me colé. Decir que le puse cara a un montón de nombres del mundo del libro sería inexacto puesto que en aquel momento yo apenas conocía de leídas a dos o tres editores, a los que ya les había puesto cara antes. Uno era Herralde, porque quién no conoce a Herralde, y el otro era Jan Martí, a quien conocí antes como músico que como editor. 
Claudio López Lamadrid participó en una mesa redonda, 7 de julio a las 17:30, con Glòria Guitiérrez de la agencia Balcells, Sigrid Kraus de Salamandra y Anna Soler-Pont de la agencia Pontas. Debían debatir sobre “Editores y agentes, ¿relaciones peligrosas?”. No recuerdo nada de la charla, mentiría si dijera lo contrario. Sí conservo las notas que tomé, que incluyen la palabra que al finalizar el debate les pedía el conductor a los ponentes para definir cómo se sentían frente al futuro editorial. Claudio López Lamadrid contestó “atento”. No recuerdo más, pero recuerdo perfectamente que me cayó muy bien, que fui consciente de tener delante a un gran tipo.

En las pausa-café cogí unos folletos informativos, el del máster de edición y el del máster de creación literaria. Al terminar el Fòrum empecé a vislumbrar que, aunque el mundo de la edición me resultaba, me sigue resultando, muy atractivo, yo no quería editar libros, yo quería escribirlos. Tengo una editorial soñada, aquella en la que me gustaría publicar en caso de que algún día tenga algo terminado (risas enlatadas), y no es Literatura Random House, pero confieso que también soñaba con que Claudio López Lamadrid fuera mi editor. Los sueños no deben ser modestos.