sábado, 10 de julio de 2021

La Compañía

Una advertencia: si eres de los que huelen los libros, oler “La Compañía” coloca. Debe de tener la tinta de veinte libros “normales”, de los de página blanca y letra negra. 

Una aclaración: compré “La Compañía” en su edición mexicana (Almadía) en octubre, en lugar de la española (Pepitas), que ha salido hace poco, porque Juan Pablo Villalobos nos dio a leer “Círculo vacío” en su taller, hace dos o tres años, y me hice fan. Siempre tengo prisa por comprar y no tanta por leer, y solo lo cogí cuando supe que Verónica Gerber Bicecci (VGB de ahora en adelante) venía al Kosmópolis. En este preciso momento me dan ganas de cambiar al catalán, què hi farem, massa tard. 


Un dato: VGB sufre ambliopía, que no es estrabismo pero se le parece. Como estrábica convergente que fui y divergente/vertical que soy, no puedo dejar de sentir simpatía e identificación, como con Mercedes Halfon.  


Otro dato: resulta que aún sigo en el taller de Juan Pablo y consiguió que Verónica inaugurara su nueva sede, el Instituto para Devolver al Pueblo lo Narrado, dando una charla a los talleristas. Privilegios. 


En la charla tomé apuntes. Nos contó que en “La Compañía” intentó hacer una crónica y se sintió incómoda en un mal sentido (justo antes nos había dicho que le gustaba escribir desde un lugar incómodo) y que por eso lo cambió y lo que hizo fue editar los textos que encontró. 


“La Compañía” tiene dos partes. La primera sería una suerte de fotonovela en la que VGB reescribe el cuento “El huésped” de Amparo Dávila, escrito originalmente en 1959. Al final del libro explica en qué consistió dicha reescritura, pero no lo copio aquí para no destriparlo. Es sorprendente lo bien que funciona, eso sí lo digo, y lo inquietante del resultado.


La segunda parte, la de las páginas blanco sobre negro, es pura edición. Seleccionar y ordenar los textos que encontró sobre Nuevo Mercurio, un pueblo que, si no entendí mal, se fundó alrededor de una mina de mercurio, en el estado de Zacatecas. En la zona también cayó un meteorito, y a la contaminación por mercurio derivada de la explotación minera desde los años 40  hasta los 80 del siglo pasado (me encanta escribir esto de “el siglo pasado”, el hecho de haber nacido en ese siglo y haber usado esa expresión también para referirme al anterior, el XIX) se le añade que se ha convertido en un cementerio ilegal de residuos tóxicos llegados del norte (no me voy a extender en insultos porque no sabría ni por donde empezar ni cómo acabar). 



VGB nos decía que editar introduce sesgo, pero que prefería eso a hacer una crónica personal desde el privilegio, alejada de la realidad terrible.

Todas las fuentes están citadas al final del libro e incluyen varias tesis doctorales, bastantes informes de organismos y autoridades mexicanas y estadounidenses, unas cuantas conversaciones con antiguos habitantes y periodistas y hasta un cuento. Citar sus fuentes hace que lo que algunos podrían definir como apropiacionista no lo sea. A ella le gusta llamarlo compostaje. También nos dijo que citar es como dejar un caminito de piedras, una señal, una marca para el futuro: aunque lo citado desapareciera, quedaría donde haya sido citado. 


No sé si lo estoy vendiendo bien, pero el resultado, el “rarefacto” como ella y Juan Pablo lo definieron, es una maravilla tanto en forma como en fondo y os animo a que lo ojeéis si lo veis en alguna librería, y ya me diréis. 


Un apunte final: hace menos de cinco años solo pedía firmas en contadas ocasiones. Ahora las colecciono, y como buena groupie no pude resistirme a llevar mi ejemplar de “Conjunto vació” para que me lo firmara. Valió la pena. 



PD: tengo que hacer ya la lista de libros firmados para que mis herederos no los malvendan.
 

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