jueves, 14 de julio de 2011

Lluvia, barcos

Llueve en Barcelona, octubre en julio. Me dirijo hacia el mar, entre gotas pulverizadas que no caen, vuelan, y me empapan por mucho paraguas que lleve.
La mañana es gris y la temperatura escasa.
Maldigo a los malditos "cruceristas" que hoy han tenido la suerte de que sus barcos no atracaran. Ni uno había. Ayer, cuatro mínimo, lo normal es un par al día.
Me los cruzo entre ocho y media y nueve, ellos en pantalón corto, camiseta de tirantes y chanclas. En manada. Yo, vestida de oficinista. Portátil al hombro, la chaqueta y/o pañuelo en el bolso para cuando arrecia el acondicionado.
Hoy ni uno. Me habría regodeado de su mala suerte bien a gusto.

A cambio, había un submarino de la armada rusa. O de por ahí, el nombre estaba en caracteres cirílicos. Por la mañana la cubierta estaba llena de hormiguitas en traje verde de faena.
Esta tarde, ya no llovía, volvían de pasear vestidos con sus mejores galas blancas y gorra de plato. Ellas, además, con bolsas de rebajas.

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