domingo, 25 de marzo de 2007

Paris (1ª Parte)



Viernes:
Llegamos al mediodía y nos vamos a comer al centro porque hemos quedado con mi amigo Sylvain. “Le Chartier” (http://www.restaurant-chartier.com) es un típico restaurante de los años 30 que se encuentra en un pequeño pasaje escondido en la calle Faubourg Montmartre. Hay espejos, lámparas y las mesas se apelotonan por los dos pisos del local. El ambiente está muy cargado. Aquí se servían comidas a los trabajadores de la zona y esa es la razón de que todas las paredes tengan pequeños cajoncitos numerados. En ellos guardaban sus cubiertos y servilletas.

Los camareros son simpáticos, de una simpatía castiza, algo raro en esta ciudad. Además se mueven como balas entre las mesas. Sylvain nos comenta que cobran a comisión y ahora lo entendemos todo.

Sylvain nos propone varios platos típicos parisinos – entre ellos esta la cara de ternera – decidimos rechazarlos amablemente. El camarero viene y nos toma nota en el mantel de papel con letra de médico.

Después de hablar un poco de trabajo y viendo que Olga se aburre enormemente, le pedimos a Sylvian que nos recomiende sitios interesantes que visitar este fin de semana. Nos recomienda una exposición de Robert Doisneau – famoso fotógrafo parisino - que está hasta el sábado en el Hotel de Ville.

Después de una comida muy agradable – Olga intentando aprender francés y Sylvain haciendo todos los esfuerzos para recordar su español- pedimos la cuenta y nuestro camarero nos hace la cuenta en el mantel. Dos sumas para demostrarnos que no nos engaña.

En el Hotel de Ville hay una cola del infierno y está a punto de llover, así que decidimos ir a Notre Dame que es un lugar muy socorrido cuando no tienes nada que hacer en Paris. Damos la vuelta de rigor y nos volvemos al hotel.

Después de una siesta de las llamadas “Rocio Jurado” nos vamos sonámbulos a buscar un sitio donde cenar. Encontramos un japonés que está lleno y nos dejamos llevar por la multitud.

Tras el sushi nos vamos a dar una vuelta por el boulevard de Clichy. Esta zona siempre había sido famosa por el Moulin Rouge, y especialmente por los putis, los peep y los sex-shop. Pasando por alto el Moulin Rouge que siempre me ha parecido una horterada, nos tiramos de lleno a los sex-shop. Vemos algunas novedades pero por la demás más de lo mismo.

Pasando por un peep-show a menos velocidad de la recomendada nos asaltan los comerciales para que entremos al tratarse de “una oportunidad única”. En una decisión como mínimo discutible nos dejamos convencer. El local es todo aquello que te podías imaginar, paredes rojas y luz evidentemente escasa. Hay un pasillo y pequeños reservados a uno y otro lado. Solo hay un par de maduritos sebosos con su chica correspondiente moviéndole el coño a 2 centímetros de su cara.

Nos sentamos y de repente aparece una chica de treintantantos con más kilos de la cuenta que comienza a bailar. Yo ya voy rezando para que no se quite la ropa pero una vez se demuestra que Dios no existe. Para evitar tener que revivir todo aquello prefiero no seguir relatándolo. Por suerte solo nos enseño las tetas y el tanga.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ah!qué ganas de ir a París!!!!